jueves, 14 de julio de 2011

Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (3)

héctor castro ariño 11A primeras horas de la mañana vimos tierra. Nos dirigimos a la isla y encontramos al viejo Weihoisa esperándonos en la orilla pactada. Nada más llegar junto a él pronunció unas extrañas palabras preguntando:

-¿Quiénes sois vosotros?

Pablo, el hombre de la cicatriz, conversó con él. Weihoisa se dirigió de nuevo a nosotros señalando a Éric y dijo:

-Este joven está muy mal. Yo conozco a alguien que es médico, que es veterinario.

Interpretando sus gestos más que su idioma, lo seguimos. Anduvimos treinta minutos por una zona rocosa hasta llegar a una espesa llanura por donde continuamos hasta una pequeña ladera. Diez o veinte minutos más tarde llegamos a una choza donde dejamos a Éric en un estado muy débil. Pablo, que era el único que lograba entenderse con Weihoisa, nos comunicó que el hombre que habitaba esa vivienda era médico.
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Recobramos fuerzas para seguir pero, unos instantes antes de continuar, el hombre de la cabaña nos informó de la muerte de Éric. Fue un golpe duro, pero todos teníamos en mente el por qué y para qué de nuestra estancia en Isla Coral.

Nos encaminamos hacia las altas montañas no sin ates pasar por la choza de Weihoisa para recoger unos utensilios. La luz del día delataba nuestra presencia pero no había tiempo que perder. Sin saber ni el cómo ni el por qué, la conversación era más fluida, hasta me parecía entender más las palabras de Weihoisa. Quizá la muerte del muchacho nos había enternecido un poco a todos, hasta a Pablo, el hombre de mirada profunda y pocas palabras.

De repente, Weihoisa empezó a balbucear no sé qué, no puedo ni transcribirlo. Finalmente entendimos que se trataba de una patrulla de soldados. Subidos en cuatro árboles logramos pasar desapercibidos. Eran soldados genoveses, los que gobernaban la isla. Cuando el cielo estaba más claro que nunca, Weihoisa dijo:
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-El cielo anuncia tormenta. Allí, hacia esa cordillera. Allí hay una cueva.

Dicho esto, nos encaminamos hacia una cueva y, tras cruzar el umbral e instalarnos en el habitáculo, el cielo y las nubes se dejaron oír en forma de lluvia y truenos.




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miércoles, 6 de julio de 2011

Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (2)

hector castro ariño c La mañana pasó rápida y sin noticias de ninguna otra nave. La tarde iba llegando y, con ella, una espesa niebla que nos engulló por completo. A la mañana siguiente llegaríamos a nuestro destino. En Isla Coral nos esperaría un viejo llamado Weihoisa, al parecer solo hablaba woshatel, una vieja lengua muy extraña que ya pocos conocían en Europa y que, posiblemente, en el siglo que viene ya ni se conozca. Weihoisa era hijo de woshateles, los cuales habían conservado su lengua vernácula escapando así de la intensa conversión lingüística que se proyectaba ya en todo el mundo. Aún a pesar de hablar lenguas diferentes creía que podría entenderme con el viejo Weihoisa.

El viaje transcurría tranquilo hasta que nos percatamos de la presencia de un barco a pocas millas. La densa niebla dificultaba saber quiénes eran. Nuestras únicas esperanzas eran que no nos avistasen o que, en caso de ser descubiertos, que se tratara de una flota veneciana, con la que podríamos comerciar, puesto que los portugueses, franceses y británicos perseguían nuestro mismo objetivo. Por último, si fueran piratas, las esperanzas de salir con vida eran prácticamente nulas. La niebla se abrió y la luna llena iluminó toda la mar. Pronto observamos que se trataba de un barco británico, desde el que también nos avistaron. Nos hicieron señas para que nos detuviésemos. Sus cañones pronto responderían a nuestra negativa. La expresión tranquila de Éric, que así se llamaba el más joven de nosotros, comenzó a nublarse hasta llegar al extremo contrario. El pánico se apoderó de todos nosotros. El viejo gritaba constantemente:

-¡A estribor, a estribor!, ¡dirijámonos hacia la niebla!

A poca distancia teníamos nuestra salvación y nuestra única esperanza, otra capa nebulosa. El capitán, al que así llamaban los otros dos hombres, ordenó bajar las velas y avanzar mediante los remos hacia el oscuro lado. De pronto y, antes de que pudiéramos camuflarnos, una bala de cañón nos dio alcance destruyendo parte de la proa. El hombre de la cicatriz en la cara resultó herido levemente, pero el muchacho joven se desplomó ensangrentado. Finalmente, nos ocultamos tras la capa de niebla que poco a poco se fue espesando. Éric estaba realmente mal.

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Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (3)

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Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (1)