HÉCTOR CASTRO - EL REPORTERO 74: Una bentana auberta al món. Una ventana abierta al mundo. Una finestra oberta al món. Este blog pretende ser una exposición de reflexiones, relatos y entrevistas para toda aquella persona que quiera compartir sus inquietudes existenciales pero también terrenales.
Frago esperó pacientemente la noche, a ver si hoy había suerte. De nuevo ocultó el Panda por el terreno de Salat y a partir de las siete de la tarde se puso a vigilar. Esa madrugada haría una semana justa desde la aparición del cuerpo y del propio asesinato. El policía había dormido muy poco aquel día. Las horas pasaban y no se veía nada. Frago pegó alguna cabezada y hubo un momento en que el sueño lo venció. Eran las tres de la madrugada cuando un ruido lo despertó. Llegaba un vehículo, un Galloper. Era el mismo coche que había examinado en Barbastro. Desde la distancia lo siguió visualmente, no se atrevía a arrancar el coche y seguirlo sobre ruedas para no ser descubierto. Tenía localizado más o menos el lugar concreto donde se había dirigido aquel coce. Iban dos hombres. Sobre las cuatro y media de la madrugada el coche regresaba, esta vez de un modo más lento y muy cargado a tenor de lo baja que iba la parte posterior del vehículo. Ahora sí que los siguió físicamente desde una distancia prudente y con las luces apagadas, por lo que casi cayó por un pequeño
terraplén. Frago tenía en mente el pantano y, efectivamente, hacia allí fueron. En la orilla del gran pantano había una barca. Los dos hombres salieron del coche y empezaron a cargar la barca de un material el cual todo el mundo puede imaginar qué era, zusa. Una vez acabaron de cargar se dieron la mano y uno de los hombres se fue en la barca y el otro con el coche. Frago regresó a la tierra de Paco Salat. Eran ya las cinco y media y ya clareaba. El oficial se encaminó hasta el sitio desde donde había estado vigilando el todoterreno. Tenía en la mente l recorrido que había hecho ese vehículo así que no le fue difícil encontrar el lugar; además, aunque no había nieve, las marcas de las ruedas traseras de la vuelta, debido a la excesiva carga, habían dejado un poco de señales en el suelo.
Una vez llegó hasta el lugar donde habían ido los sospechosos, no había ningún rastro de zusa. Después de rastrear durante una hora esa zona, Frago solo encontró muy tapado por la naturaleza un silo de grano. Se podía ver gran cantidad de grano, pero, ¿por qué estaba tan escondido? Fragó entró. Eso era un silo espectacular, nunca había visto uno de tan grande. Linterna en mano, el policía se fue adentrando y resultó que el lugar tenía un par de pasadizos. Finalmente y, al final de uno de los pasajes, descubrió una pared rocosa formada por roca y por zusa. Estaba claro. Dentro de las tierras de Salat había zusa. Cuando el inspector se fue, lo dejó todo tal cual lo había encontrado y borró las escasas marcas que había dejado. Era sábado. Frago fue al ayuntamiento y en el registro examinó las propiedades, los terrenos y sus límites. Ese silo pertenecía a Salat, estaba dentro de su tierra, pero en el registro no aparecían esas grandes medidas que Frago había comprobado. Lo que era la montaña rocosa ya era del término municipal. El alcalde le explicó al policía que le habían dado permiso a Paco Salat para que agrandara el silo pero que no se había registrado en ningún sitio. O que no hubiera sospechado nunca el alcalde era la dimensión que había alcanzado. El oficial le pidió que no hablar de eso con nadie, que estaba muy cerca de resolver el caso y que no convenía levantar la liebre. El alcade le dio su palabra. Frago contactó con dos hombres de su confianza y los hizo venir a Huesca, no quería montar una operación polical importante que pusiera en alerta a los sospechosos. Los dos policías vinieron de paisano. Esa noche irían los tres agentes a vigilar el silo. Cuando cayó la noche, sobre las diez, los policías fueron al silo. Uno de los agentes se colocó dentro del propio silo y, el otro, juntamente con Ramón Frago, se ocultó alrededor del lugar. Pasaban las horas y se hicieron las tres, las tres y veinte minutos, las tres y media de la madrugada… Fraga se impacientaba, pensaba que tendrían que volver mañana porque posiblemente esa noche no aparecerían los dos hombres. Cuando más intranquilo estaba Frago unos focos iluminaron el terreno y apareció el 4x4. En el momento en que los sospechosos se encaminaban a pie hacia el silo Frago gritó:
En algunas ocasiones, como en la presente, tendremos el honor de leer a firmas invitadas que nos trasladarán mensajes desde sus diferentes ópticas sociales. Empezamos hoy con Roberto Lagunas Pisón, presidente de la
Todos nos rasgamos las vestiduras cuando hablamos de los autónomos, emprendedores y demás sectores que nos pueden venir bien para los votos y así afianzarnos en nuestro silloncito. Bueno, pues también hay que pensar que los autónomos son de carne y hueso y con sus no pequeños problemas para poder sacar la economía hacia delante, camino por cierto no muy fácil y menos fácil como se lo pone el gobierno de turno. Este sector está atropellado por los impuestos y por la falta de atención de nuestros llamados gestores que son los que administran nuestro dinero sin ningún remordimiento y que, cuando el empresario falla en un pago, lo persiguen hasta la saciedad para que pague y pague aun cuando no tiene de dónde sacar.
Somos como los corderos, solo sabemos dejarnos llevar por estos señores que únicamente piensan en su jubilación a los seis u ocho años de política. Ninguno de los políticos ha planteado estar treinta años trabajando, si es que se puede, para que le den una jubilación merecida, aunque claro, igual es que ellos no son de carne y hueso como nosotros. El sector del autónomo está en vía de desaparición o, mejor dicho, de que nos hagan un museo y que nos disequen para que las generaciones que vengan digan: ¿Esos quiénes son?, ¿de qué especie o de qué mundo? Porque será una especie a extinguir. Los sindicatos van a lo suyo, los políticos también, entonces… ¡¿Quién defiende y se preocupa de este sector de marginados!? “Marginados” en el buen sentido de la palabra ya que es como nos hacen sentir estos señores. Pero el autónomo es más que eso: es emprendedor, expone su capital particular, da empleo, ¿qué más quieren que hagamos? Cuando en Aragón queremos fomentar el comercio nos encontramos con más y más pegas, todo son pegas y todos se lavan las manos. Qué fácil es que otros te hagan el trabajo y que al que no se merece ni los buenos días le den las medallitas. No entiendo esta tierra, por eso creo que somos como el silencio de los corderos: oír, ver, callar y obedecer; al fin de todo es lo que mejor se nos da.
A la mañana siguiente y, después de haber desayunado, Frago fue a visitar la torre del difunto. Iba en un Panda, en un Seat Panda. La noche de antes el farmacéutico le había ofrecido el coche para los desplazamientos del policía. La torre ya había sido inspeccionada por el oficial de turno sin haber encontrado nada, pero Frago prefería registrarla personalmente. La torre era muy majeta, no muy grande per sí bien arreglada. Tenía alrededor unas cuantas hectáreas de sembrado. En la vivienda no le llamó nada la atención, así que decidió darse una vuelta por el terreno. Caminó mucho rato; el andar lo relajaba y le ayudaba a reflexionar. Antes de volverse haría una pipada. Al ir a encender la pipa se le cayó al suelo y al ir a cogerla vio una brillantez en el suelo. ¿Qué era eso? Removió un poco la arena y todo estaba lleno de una substancia o, mejor dicho, de unos trocitos de color azul que parecían una mezcla de cristal y piedra. Frago cogió unos pocos y se volvió hacia la torre. Volvió a entrar y esta vez le llamaron la atención unas figuritas azules cristalinas que estaban por todos lados. Parecía un material muy delicado, y la verdad, esas figuritas eran muy bonitas. Se llevó una. En su Panda provisional se encaminó sin pensárselo directamente hacia Zaragoza. Llevó los trocitos de piedra (o cristal) y la figurita a los laboratorios policiales de la capital aragonesa y los hizo analizar. Por la tarde tenía ya los resultados. Los pedazos azules y cristalinos que Frago había recogido de la tierra de Salat eran un mineral muy preciado y muy poco abundante. No hacía muchos años que se había encontrado por primera vez y se lo denominaba zusa. Había minas de zusa en Asturias, León y, desde hacía cuatro años, también habían descubierto una en Aragón. Concretamente, el Estado, a través de la D. G. A. –Diputación General de Aragón-, estaba explotando una mina de zusa en el Prepirineo oscense. En ese yacimiento había unas grandes medidas de seguridad. La figurita también se analizó y estaba hecha de zusa, pero de un zusa puro al 100%. Era increíble. A nivel mundial también existían muy pocos yacimientos de zusa. Este material se empleaba en aeronáutica por sus particulares propiedades pero cualquier país belicoso pagaría grandes cantidades de dinero, en el mercado negro, por este material debido a la posible e impresionante aplicación en el campo de la armamentística, algo que desde la ONU ya se había prohibido y denunciado. Corrían voces de que algunos países tercermundistas, pero armamentísticamente hablando muy potentes, estaban detrás de conseguir zusa fuese como fuese. ¿Cómo era posible que la torre de Salat estuviera llena de zusa? Hasta que Frago no resolviera el caso no enviaría a la policía científica al lugar, no convenía movimientos espectaculares hasta cerrar el asunto. Ya era de noche cuando Frago volvió a aparecer por el pueblo y se fue directamente al hostal a cenar y a dormir. Por la mañana continuaría con sus pesquisas.
-->
Foto: Héctor Castro Ariño
6:00 A.M. El inspector tiene una corazonada. Se levanta, se ducha, hace un desayuno rápido y coge su Panda y se encamina hacia el pantano. Se acerca a la piedra donde había encontrado días antes una astilla azul y se da cuenta de que no es madera, ¡es zusa! Frago se encamina entonces hacia la finca de Paco Salat, la corazonada continúa. Una vez en la finca, empieza a caminar buscando quién sabe qué por todos los sitios. Son las ocho de la mañana, la insistencia del “Sabueso” es infinita, pero no encuentra nada. Después de rodar por todo el terreno se arrima hasta la casa y la registra de arriba abajo, incluyendo el sótano. No encuentra lo que busca, así que vuelve a buscar por las hectáreas de alrededor. Nada. Cuando ya estaba a punto de tocar retirada observa unas marcas en el suelo que le llaman la atención. Parecen las ruedas de un tractor, pero… ¿qué ha de hacer un tractor por allí estos días? Las observa bien, las toca… Son las huellas de un vehículo, posiblemente de un 4x4. Son relativamente recientes, no tendrán más de un día. Pero, ¿quién querría rondar por allí? Las sigue, hay un momento que se pierden en un barrizal pero… ¡Hay unas pisadas! Primero hay dos, pero después localiza dos más. Las examina bien y le vienen a la memoria las pisadas que había visto en la zona del pantano, el tamaño es similar y también son pisadas de bota. Intenta seguir las huellas del 4x4 pero las pierde. El sol ha deshecho toda la nieve. Todo son charcos, agujeros y barrizales. La cabeza del policía se va iluminando y trabaja al 200%. Recorre toda la zona, no encuentra nada. Solo destaca otra marca por el suelo. Nota como si una masa sólida hubiera allanado parte del terreno. Examina mejor el lugar y descubre que por el suelo se puede ver algunas menudencias de algo parecido a zusa o incluso del propio mineral. Pero en algún sector hay algo más, algo grisáceo. Recoge un pedazo azul y uno grisáceo y hacia los laboratorios de la capital aragonesa, eso sí, esta vez por correo policial desde Barbastro. El resto del día Frago lo dedicó a descansar, pasear y cavilar. Pensaba que se acercaba al final del enigma. Esa noche la pasaría vigilando la finca de Salat desde el Seat Panda. Pasó toda la noche en vela, pero nada de nada. Allí no apareció nadie. Desilusionado se volvió hacia el hostal, que ya eran las ocho de la mañana, y directo a la cama, estaba muerto. No eran aún las diez cuando el ruido del teléfono al sonar lo sobresaltó. Eran del laboratorio policial de Zaragoza, habían analizado el material. Los pedazos azules eran efectivamente zusa, pero los grisáceos eran hormigón normal y corriente; hormigón… Sin tiempo casi ni de despedirse, el inspector encara Barbastro con el coche del farmacéutico y se planta en la fábrica que días antes había visitado. Esta vez no quería hablar con ningún trabajador, sino que se encaminó directamente hacia la zona de aparcamiento. Una vez allí empezó a buscar 4x4, había varios. A todos les miraba las ruedas, uno por uno. Finalmente encontró su objetivo, había un Galloper con las ruedas un poco tintadas de una especie de color azulón. Desde el laboratorio habían comentado que el zusa se pegaba y teñía parcialmente los materiales plásticos. Ahora todo le iba cuadrando al inspector, pero no lo tenía todo hecho, así que se fue sin arrestar a nadie, sin interrogar al dueño del vehículo y sin llamar la atención.