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Pie de foto: La antigua casilla del Canal. Partida de San Chuán (Altorricón). |
Colaboración publicada en El Cruzado Aragonés.
Aragón nace en la comarca de La Litera. Quizá esta
frase pueda sonar muy pretenciosa, pero es todo lo contrario. Se trata de una
simple, pero contundente, presentación de esta pequeña comarca situada en el
noreste de la provincia de Huesca y, dicha locución o enunciado viene a
colación de una anécdota protagonizada por un agricultor, de edad muy avanzada,
de un pueblo allá en los confines de Aragón. Así pues, alguien me contó una vez
que, en una de esas numerosas encuestas precocinadas
que en los últimos años nos hacen a los habitantes de la zona oriental de
Aragón, un técnico sociolingüista topó con un paisano que regresaba de sus
tareas agrícolas. El célebre encuestador sacó su grabadora, su libreta y su
bolígrafo y, tras presentarse e intercambiar unas palabras de cortesía con su
interlocutor, pasó a la acción directa:
–
¿En este pueblo
acaba y muere Aragón, verdad?
La respuesta del labrador fue rotunda a la vez que
categórica e irrebatible:
–
No señor, se
equivoca. En este pueblo empieza y nace Aragón.
Antonio Ubieto, uno de los mejores historiadores aragoneses,
certificó que “A lo largo de ambos siglos (XII y XII) aparecen
constantemente documentadas como ‘tenencias’ aragonesas las de Benabarre,
Benasque, Calasanz, (…), Ribagorza, San Esteban de Litera, (…), Tamarite
de Litera, (…)”.
Las poblaciones de La Litera siempre se rigieron
por los Fueros de Zaragoza o de Huesca. Tamarite, por ejemplo, se rigió por el
Fuero de Zaragoza. El 6 de febrero de 1228, en las Cortes aragonesas celebradas
en Daroca, Lérida juró fidelidad a Alfonso –hijo de Jaime I-, heredero de
Aragón que nunca llegó a reinar puesto que murió antes que su padre.
Posteriormente, la ciudad de Lérida, por donde corría la moneda jaquesa, se
negó en un principio a jurar fidelidad a Pedro, heredero de lo que más adelante
se llamará Cataluña. En 1243 Jaime I estableció la frontera entre Aragón y
Cataluña integrando las tierras que van desde el Segre hasta el Cinca en
territorio aragonés, incluyendo la ciudad de Lérida -que en aquellos momentos
no formaba parte ni del reino de Aragón ni del Condado de Barcelona, ya que
gozaba de un estatus de ciudad libre-. Tras unos años (1244-1300) en que Jaime
I estableció una nueva frontera integrando Lérida, La Litera y Ribagorza en
Cataluña, en el año 1300, en Cortes celebradas en Zaragoza, Jaime II, apodado
el Justo, fijó una nueva frontera estableciendo los límites entre Aragón y
Cataluña en la clamor de Almacellas –tal y como hoy siguen-. La Litera y
Ribagorza volvieron al lado aragonés mientras que Lérida se quedaría
definitivamente en el lado catalán. Ferran Soldevila apunta la posibilidad de
que los habitantes de Lérida sufrieran una presión por parte de los condados de
Barcelona para sentirse catalanes hasta el punto de redactarse un cantar de
gesta propagandístico que: “degué ésser un dels elements de la propaganda
pro lleida catalana que es degué desplegar per Catalunya”.
Finalmente, el 30 de noviembre de 1833, con el decreto de creación de las
provincias, volverá a haber una división en Ribagorza pasando una parte de esta
a Cataluña. La comarca que hoy se denomina Alta Ribagorça, y que tiene su
capital en el Pont de Suert, se desmembró de Ribagorza incluyéndola en la
provincia de Lérida.
Tras esta extensa perorata permítanme tornar al
punto de inicio, al punto de partida geográfico y sentimental de La Litera. Una
tierra en la que creo que sus piedras hablan. Al norte limita con la comarca de
Ribagorza; por el sur, con la del Bajo Cinca; al este linda con la provincia
catalana de Lérida y, por el oeste, colinda con las comarcas del Cinca Medio y
del Somontano de Barbastro. Lo pueden comprobar en un mapa. Una pequeña parte
de los términos municipales de Peralta de Calasanz y de Azanuy-Alins lindan por
el noroeste con el Somontano.
Algunos de los que hemos vivido muchos años fuera de
nuestra tierra de origen hemos desarrollado, al menos eso creo yo, una
receptividad y una perceptibilidad especiales con respecto a nuestro
territorio. Me atrevería a decir que gozamos, o sufrimos, depende de cómo se
mire, de una sensibilidad extraordinaria, cuando no hiperestesia, que hace que
sintamos Aragón muy intensamente en cualquier lugar del planeta donde nos
encontremos y que hace que ese sentimiento se desboque en el momento en que entramos
en el viejo Reino. En mi caso, cuando regreso a Aragón después de una estancia
afuera, siento que estoy en el hogar y experimento un paulatino sosiego. Esta
sensación se multiplica exponencialmente en mi comarca literana, donde percibo
los colores de sus campos y montes a través de una espesa niebla en invierno, y
de un sol de justicia en verano. En primavera y otoño el clima nos da una
tregua y aumenta la confortabilidad de esta tierra agrícola y ganadera.