(...)
¡Toc, toc, toc!
-¿Sí?
-¡Soy la madre de Jaime, don Emilio! ¿Está aquí mi hijo?
-Sí, pero no se preocupe, dentro de un par de horas verá comer a su hijo como nunca, y no creo que nunca más vuelva a perder el hambre.
-¡Uy! Lo veo muy difícil, don Emilio, pero en fin. ¡Pórtate bien, Jaime! Hasta luego.
-Adiós, señora.
-¡En marcha, Jaime! Vamos al establo a buscar a Blas.
-¡Sí, don Emilio!
-¡Arri, Blas! ¡Vamos, arri! Iremos por muchos senderos, ¡daremos la vuelta al mundo!
-¡Sí!
-Y haremos un alto en el camino en Cuquet, ¿te parece?
-Lo que usted diga, don Emilio.
-¡Vamos, Blas, vamos, bonito!
-¡Iiiii! ¡Iiiii!
-Hoy hace un día precioso, ¿verdad, Jaime?
-Pues sí, aunque pronto se acabará el verano.
-¡Pero vendrá el otoño!
-Sí, pero luego volverá el crudo invierno, y con él las nieves y el frío.
-Eso es cierto, Jaime, pero el invierno también es bello; ver caer los copos de nieve, ver un manto todo blanco y puro sobre el bosque, poder deslizarse con un trineo por las pendientes de las montañas…
-Don Emilio, ¿ya llegamos a Cuquet?
-Sí, ¿por qué…? ¿Estás cansado a lo mejor?
-No, qué va, solo era para saberlo.
-¡Mira! Allí está Cuquet.
(…)
-¡Sooo! ¡Sooo, Blas! ¿Te lo estás pasando bien, Jaime?
-Sí, lo que pasa es que me duele un poco la barriga.
-Así que te duele la tripa, no será de hambre, ¿verdad?
-¡No, qué va!
-¡Mira! Allí hay moras, y bien gordas que son. ¿Comemos alguna?
-¡Sí!
-¡Pues a ellas!
-Están muy ricas.
-Pues yo, Jaime, no las encuentro muy buenas, más bien las encuentro un poco disgustadas.
-Yo las encuentro buenísimas.
-Pues son del tipo de agua, ¿no será que tienes hambre?
-¡No, no! Es que hacía mucho tiempo que no comía moras.
-Entiendo, ¿seguimos?
-Está bien.
Autor: Héctor Castro Ariño
Emilio, el Ermitaño (1)
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