HÉCTOR CASTRO - EL REPORTERO 74: Una bentana auberta al món. Una ventana abierta al mundo. Una finestra oberta al món. Este blog pretende ser una exposición de reflexiones, relatos y entrevistas para toda aquella persona que quiera compartir sus inquietudes existenciales pero también terrenales.
jueves, 7 de julio de 2011
Héctor Castro Ariño: Animales de granja (1)
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miércoles, 6 de julio de 2011
Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (2)
La mañana pasó rápida y sin noticias de ninguna otra nave. La tarde iba llegando y, con ella, una espesa niebla que nos engulló por completo. A la mañana siguiente llegaríamos a nuestro destino. En Isla Coral nos esperaría un viejo llamado Weihoisa, al parecer solo hablaba woshatel, una vieja lengua muy extraña que ya pocos conocían en Europa y que, posiblemente, en el siglo que viene ya ni se conozca. Weihoisa era hijo de woshateles, los cuales habían conservado su lengua vernácula escapando así de la intensa conversión lingüística que se proyectaba ya en todo el mundo. Aún a pesar de hablar lenguas diferentes creía que podría entenderme con el viejo Weihoisa.
El viaje transcurría tranquilo hasta que nos percatamos de la presencia de un barco a pocas millas. La densa niebla dificultaba saber quiénes eran. Nuestras únicas esperanzas eran que no nos avistasen o que, en caso de ser descubiertos, que se tratara de una flota veneciana, con la que podríamos comerciar, puesto que los portugueses, franceses y británicos perseguían nuestro mismo objetivo. Por último, si fueran piratas, las esperanzas de salir con vida eran prácticamente nulas. La niebla se abrió y la luna llena iluminó toda la mar. Pronto observamos que se trataba de un barco británico, desde el que también nos avistaron. Nos hicieron señas para que nos detuviésemos. Sus cañones pronto responderían a nuestra negativa. La expresión tranquila de Éric, que así se llamaba el más joven de nosotros, comenzó a nublarse hasta llegar al extremo contrario. El pánico se apoderó de todos nosotros. El viejo gritaba constantemente:
-¡A estribor, a estribor!, ¡dirijámonos hacia la niebla!
A poca distancia teníamos nuestra salvación y nuestra única esperanza, otra capa nebulosa. El capitán, al que así llamaban los otros dos hombres, ordenó bajar las velas y avanzar mediante los remos hacia el oscuro lado. De pronto y, antes de que pudiéramos camuflarnos, una bala de cañón nos dio alcance destruyendo parte de la proa. El hombre de la cicatriz en la cara resultó herido levemente, pero el muchacho joven se desplomó ensangrentado. Finalmente, nos ocultamos tras la capa de niebla que poco a poco se fue espesando. Éric estaba realmente mal.
Continúa en
Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (3)
El viaje transcurría tranquilo hasta que nos percatamos de la presencia de un barco a pocas millas. La densa niebla dificultaba saber quiénes eran. Nuestras únicas esperanzas eran que no nos avistasen o que, en caso de ser descubiertos, que se tratara de una flota veneciana, con la que podríamos comerciar, puesto que los portugueses, franceses y británicos perseguían nuestro mismo objetivo. Por último, si fueran piratas, las esperanzas de salir con vida eran prácticamente nulas. La niebla se abrió y la luna llena iluminó toda la mar. Pronto observamos que se trataba de un barco británico, desde el que también nos avistaron. Nos hicieron señas para que nos detuviésemos. Sus cañones pronto responderían a nuestra negativa. La expresión tranquila de Éric, que así se llamaba el más joven de nosotros, comenzó a nublarse hasta llegar al extremo contrario. El pánico se apoderó de todos nosotros. El viejo gritaba constantemente:
-¡A estribor, a estribor!, ¡dirijámonos hacia la niebla!
A poca distancia teníamos nuestra salvación y nuestra única esperanza, otra capa nebulosa. El capitán, al que así llamaban los otros dos hombres, ordenó bajar las velas y avanzar mediante los remos hacia el oscuro lado. De pronto y, antes de que pudiéramos camuflarnos, una bala de cañón nos dio alcance destruyendo parte de la proa. El hombre de la cicatriz en la cara resultó herido levemente, pero el muchacho joven se desplomó ensangrentado. Finalmente, nos ocultamos tras la capa de niebla que poco a poco se fue espesando. Éric estaba realmente mal.
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Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (3)
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Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (1)
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lunes, 4 de julio de 2011
Más que informática
Queridos lectores:
Hoy quiero recomendaros un gran blog de informática http://tinomenosesmas.blogspot.com/ que gestiona un buen amigo, Tino. Es un sitio donde podréis consultar y encontrar respuesta a muchas de vuestras dudas informáticas. Además, Tino tiene la virtud de explicar las cuestiones más técnicas y complejas de un modo llano e inteligible para que sea accesible a cualquier persona. En su blog podréis encontrar solución a muchas cuestiones sobre el mundo de los ordenadores, de las nuevas aplicaciones informáticas, de las redes sociales y del ciberespacio.
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lunes, 27 de junio de 2011
Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (1)
Prólogo
Queridos lectores:
Hoy iniciamos una nueva singladura literaria con la entrega periódica a capítulos de un nuevo relato. Es uno de mis primeros relatos de juventud. Quizá por el título el lector pueda pensar que se trata de un escrito de temática metafísica o trascendental. Pero no es así. Estamos ante un relato de piratas y aventuras.
Espero lo disfrutéis.
La verdadera historia del hombre (1)
Estaba paseando por el muelle aquella tarde lluviosa. La tormenta arreciaba fuerte. La lluvia copiosa y el intenso viento castigaban duramente aquella pequeña embarcación en la que debíamos partir al día siguiente. Por un momento vacilé y estuve a punto de echarme atrás, pero mi fuerte irreflexión, mi espíritu aventurero o el designio divino no me lo permitió. Pasé la noche en una posada cercana al puerto. Era un antro de mala muerte, pero discreto. La noche acalló por unos instantes la tempestad, pero solo unos instantes. Mi propia tensión me hizo caer en un profundo pero intranquilo sueño a la vez.
A primeras horas de la mañana me levanté y me dirigí hacia el lugar exacto; el cielo estaba en calma pero en tono amenazante. El soplo seco y frío del viento hizo amagarme bajo mi poncho. Al fin llegué al muelle y me encaminé hacia la pequeña embarcación. Estaba fuertemente dañada, sin duda, por la tormenta de la noche anterior. Dentro me esperaban tres hombres a los que no conocía. A eso de las seis y cuarto zarpamos rumbo Isla Coral.
Queridos lectores:
Hoy iniciamos una nueva singladura literaria con la entrega periódica a capítulos de un nuevo relato. Es uno de mis primeros relatos de juventud. Quizá por el título el lector pueda pensar que se trata de un escrito de temática metafísica o trascendental. Pero no es así. Estamos ante un relato de piratas y aventuras.
Espero lo disfrutéis.
La verdadera historia del hombre (1)
Estaba paseando por el muelle aquella tarde lluviosa. La tormenta arreciaba fuerte. La lluvia copiosa y el intenso viento castigaban duramente aquella pequeña embarcación en la que debíamos partir al día siguiente. Por un momento vacilé y estuve a punto de echarme atrás, pero mi fuerte irreflexión, mi espíritu aventurero o el designio divino no me lo permitió. Pasé la noche en una posada cercana al puerto. Era un antro de mala muerte, pero discreto. La noche acalló por unos instantes la tempestad, pero solo unos instantes. Mi propia tensión me hizo caer en un profundo pero intranquilo sueño a la vez.
A primeras horas de la mañana me levanté y me dirigí hacia el lugar exacto; el cielo estaba en calma pero en tono amenazante. El soplo seco y frío del viento hizo amagarme bajo mi poncho. Al fin llegué al muelle y me encaminé hacia la pequeña embarcación. Estaba fuertemente dañada, sin duda, por la tormenta de la noche anterior. Dentro me esperaban tres hombres a los que no conocía. A eso de las seis y cuarto zarpamos rumbo Isla Coral.
El mayor de los tres hombres rozaba los sesenta años, de complexión fuerte y alto, y con una poblada barba canosa. El más joven no tendría aún los treinta, era alto y delgado, y de expresión tranquila. El último era el que más me inquietaba, era un hombre maduro, de unos cuarenta años. Embozado como estaba en su capa, no podía verle el rostro. Al fin descubrió su cara. Una cicatriz adornaba su mejilla izquierda. Una mirada fría y penetrante desprendían sus oscuros ojos. De nuevo se volvió a embozar tras su oscura capa. Nadie gozaba decir nada, ni pronunciar un solo vocablo, ni una sola sílaba. Las dificultades con nuestra nave a causa de los desperfectos que ocasionó el fuerte viento y la abundante agua de la tempestad me permitieron oír sus voces. El más viejo, con una voz ronca y profunda, ordenó taponar algunos agujeros, y enderezar los mástiles con unos cabos que allí había. No sabíamos cuánto podría aguantar nuestro pequeño barco. Si los piratas nos encontraban, no podríamos pensar siquiera en huir, aquella embarcación era tan frágil como un tapón de corcho en un pozal de agua. Por esas aguas navegaba De Quintana, el bucanero más sutil que jamás conocí. Sé que pensarán que esta historia que les estoy relatando es del siglo pasado, donde la lucha con los asaltantes marinos era muy frecuente, pero se equivocan, estamos en pleno siglo XVIII, y lo que aquí estoy narrando sucedió mientras corría el año de gracia de mil setecientos cincuenta y cinco.
Continúa en Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (2)
Para leer otro relato literario pincha en Asesinato en la niebla (1). Por Héctor Castro Ariño
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viernes, 24 de junio de 2011
Per Héctor Castro Ariño: Sense paraules... (2)
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miércoles, 15 de junio de 2011
"Un cadáver en la biblioteca", de Agatha Christie. Reseña literaria por Héctor Castro
La “reina del crimen” o “reina de la intriga”, apelativos con que se conoce a la escritora británica Agatha Christie, nos ofrece una deliciosa novela policíaca en la que nada es lo que parece. Una sagaz Miss Marple -Jane Marple- será la encargada de descubrir a los culpables del asesinato de dos jóvenes.
En esta obra y, a grandes rasgos, Agatha Mary Clarissa Miller –nombre real de Agatha Christie- repite el esquema tradicional de sus novelas policíacas pero, sin embargo, en esta ocasión no ofrece al lector un cúmulo claro de datos y detalles para que este pueda descubrir el misterio a la par que Miss Marple como sucede en otros de sus relatos. Esta vez el lector queda sorprendido por un desenlace inesperado. A pesar de este final imprevisible cabe recordar que anteriormente ya había escrito alguna otra obra donde sorprende al lector con finales sorprendentes como en La muerte de Roger Ackroyd.
El personaje de Miss Marple, una anciana solterona aunque amable y vitalista, como la define la propia autora, centra todo el hilo argumental de la novela ya que todo lo que se va descubriendo pasa por ella. Jane Marple es un señora mayor que reside en el apacible y bonito pueblo de St. Mary Mead, en el interior de Inglaterra, cuyo éxito para resolver los crímenes y atrapar a sus responsables reside básicamente, como ella misma afirma, en el conocimiento que posee de la naturaleza humana. En ocasiones parece que no tiene en muy buena consideración a la especie humana y, sobre todo a los hombres, y acostumbra a repetir que “la gente es igual en todas partes”. A pesar de ello, en el fondo Miss Marple es una mujer que ama la vida por encima de todo así como la condición humana. Es observadora y tiene una capacidad analítica que supera con creces a los mejores policías del país, incluso a los de Scotland Yard.
Un cadáver en la biblioteca es una novela fresca y llena de intriga desde la primera línea. Su estructura es muy simple ya que sigue los tres estadios de introducción, nudo y desenlace. El hecho de que su organización no sea compleja no significa que el libro carezca de personalidad, calidad o interés, más bien todo lo contrario, ya que consigue hilar una misteriosa trama desde su incio hasta su desenlace. La acción se desarrolla sin pausas que pudieran hacer perder tensión en la lectura. El lector disfruta de un elenco de personajes entre los que se encuentran los criminales y ello le permite poder sospechar de cualquiera de ellos a medida que transcurre el relato aunque, como ya hemos dicho, en esta ocasión será muy difícil adivinar quién es el asesino.
En esta obra, publicada en 1942, Agatha Christie aprovecha para criticar algunos de los estereotipos de la Inglaterra de mediados del siglo pasado. Hace un repaso a la diferente tipología de personas y estamentos sociales de la época. Sin duda alguna que leyendo esta novela podemos hacernos una idea muy cercana a la realidad de lo que era en esos años el país del Big Ben. De hecho, incluso el personaje de Miss Marple es costumbrista, empezando por su manera de vestir clásica y típica de las señoras mayores así como sus modales y costumbres típicas del interior de Inglaterra.
Como es habitual en las historias de Miss Marple, la acción de esta novela se desarrolla también en pequeñas poblaciones de la Inglaterra rural donde sus vecinos son ciudadanos modélicos y donde un asesinato coge desprevenidos y por sorpresa a todos los habitantes del entorno, incluyendo a la propia Policía. Agatha Christie consigue inundar de desasosiego y tensión el lugar más apacible. La escritora también tiene la virtud, como podemos comprobar en este relato, de combinar perfectamente personajes planos y personajes redondos que dan forma a la trama argumental. La evolución psicológica de algunos de los personajes es una auténtica demostración de la capacidad creativa de la autora que, a su vez, es capaz de describir al detalle algunas de las situaciones que se dan en la historia para provocar en el lector un anhelo de curiosidad que lo lleva a imaginar aspectos que no han sido descritos.
Aunque numerosas de las novelas de la “reina de la intriga” han sido llevadas tanto al teatro como a la televisión, algunas de ellas han sido trasladadas también al cine como en el caso que nos ocupa ya que Silvio Narizzano dirigió la película Un cadáver en la biblioteca que fue estrenada en 1984.
En esta obra y, a grandes rasgos, Agatha Mary Clarissa Miller –nombre real de Agatha Christie- repite el esquema tradicional de sus novelas policíacas pero, sin embargo, en esta ocasión no ofrece al lector un cúmulo claro de datos y detalles para que este pueda descubrir el misterio a la par que Miss Marple como sucede en otros de sus relatos. Esta vez el lector queda sorprendido por un desenlace inesperado. A pesar de este final imprevisible cabe recordar que anteriormente ya había escrito alguna otra obra donde sorprende al lector con finales sorprendentes como en La muerte de Roger Ackroyd.
El personaje de Miss Marple, una anciana solterona aunque amable y vitalista, como la define la propia autora, centra todo el hilo argumental de la novela ya que todo lo que se va descubriendo pasa por ella. Jane Marple es un señora mayor que reside en el apacible y bonito pueblo de St. Mary Mead, en el interior de Inglaterra, cuyo éxito para resolver los crímenes y atrapar a sus responsables reside básicamente, como ella misma afirma, en el conocimiento que posee de la naturaleza humana. En ocasiones parece que no tiene en muy buena consideración a la especie humana y, sobre todo a los hombres, y acostumbra a repetir que “la gente es igual en todas partes”. A pesar de ello, en el fondo Miss Marple es una mujer que ama la vida por encima de todo así como la condición humana. Es observadora y tiene una capacidad analítica que supera con creces a los mejores policías del país, incluso a los de Scotland Yard.
Un cadáver en la biblioteca es una novela fresca y llena de intriga desde la primera línea. Su estructura es muy simple ya que sigue los tres estadios de introducción, nudo y desenlace. El hecho de que su organización no sea compleja no significa que el libro carezca de personalidad, calidad o interés, más bien todo lo contrario, ya que consigue hilar una misteriosa trama desde su incio hasta su desenlace. La acción se desarrolla sin pausas que pudieran hacer perder tensión en la lectura. El lector disfruta de un elenco de personajes entre los que se encuentran los criminales y ello le permite poder sospechar de cualquiera de ellos a medida que transcurre el relato aunque, como ya hemos dicho, en esta ocasión será muy difícil adivinar quién es el asesino.
En esta obra, publicada en 1942, Agatha Christie aprovecha para criticar algunos de los estereotipos de la Inglaterra de mediados del siglo pasado. Hace un repaso a la diferente tipología de personas y estamentos sociales de la época. Sin duda alguna que leyendo esta novela podemos hacernos una idea muy cercana a la realidad de lo que era en esos años el país del Big Ben. De hecho, incluso el personaje de Miss Marple es costumbrista, empezando por su manera de vestir clásica y típica de las señoras mayores así como sus modales y costumbres típicas del interior de Inglaterra.
Como es habitual en las historias de Miss Marple, la acción de esta novela se desarrolla también en pequeñas poblaciones de la Inglaterra rural donde sus vecinos son ciudadanos modélicos y donde un asesinato coge desprevenidos y por sorpresa a todos los habitantes del entorno, incluyendo a la propia Policía. Agatha Christie consigue inundar de desasosiego y tensión el lugar más apacible. La escritora también tiene la virtud, como podemos comprobar en este relato, de combinar perfectamente personajes planos y personajes redondos que dan forma a la trama argumental. La evolución psicológica de algunos de los personajes es una auténtica demostración de la capacidad creativa de la autora que, a su vez, es capaz de describir al detalle algunas de las situaciones que se dan en la historia para provocar en el lector un anhelo de curiosidad que lo lleva a imaginar aspectos que no han sido descritos.
Aunque numerosas de las novelas de la “reina de la intriga” han sido llevadas tanto al teatro como a la televisión, algunas de ellas han sido trasladadas también al cine como en el caso que nos ocupa ya que Silvio Narizzano dirigió la película Un cadáver en la biblioteca que fue estrenada en 1984.
"Matrimonio de sabuesos", de Agatha Christie
"El caso de los anónimos", de Agatha Christie
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miércoles, 8 de junio de 2011
Asesinato en la niebla (y 7). Por Héctor Castro Ariño
Uno de los hombres se dirigió apresuradamente hacia el silo, el otro salió corriendo hacia el coche. De dentro del silo saltó el tercer policía cerrándole el paso al individuo que intentaba huir. Los presuntos delincuentes no opusieron, entonces, resistencia alguna. Una vez esposados se encaminaron todos hacia el pantano. Allí estaba la barquita que anteriormente ya había visto el oficial. Esa misma madrugada policías y sospechosos se dirigieron a Zaragoza. Allí los dos hombres detenidos ya pasaron a disposición judicial.
Ese sábado Frago no apareció por La Litera. Eso llamó la atención de los habitantes del pueblecito protagonista de esta aventura. No fue hasta el domingo cuando la gente volvió a ver a Frago en la iglesia. Esa misma tarde hubo un pleno extraordinario en el ayuntamiento donde el agente explicó los hechos y agradeció a todo el mundo su colaboración. La víctima, Paco Salat, había agrandado su silo, con permiso del ayuntamiento, ocupando algo de término municipal y, en una de las paredes rocosas, descubrió zusa, aunque él no sabía ni lo que era. Como era muy mañoso enseguida empezó a esculpir y a hacer figuritas con ese material. Tiempo atrás Salat había estado envuelto con gente del hampa, gente que de cuando en cuando aún le habían hecho alguna visita a la torre intentando extorisonarlo. En una de las visitas descubrieron las figuritas y rápidamente vieron que era zusa. Esa gente obligó a Salat a guardar silencio y poco a poco fueron ampliando y explotando ese silo millonario. A Salat le tocaba una mínima parte de los beneficios, la cual aceptaba para no levantar las sospechas de los delincuentes. Pero Paco tenía la idea de decir la verdad algún día; se lo privaban las amenazas de los criminales. No solo él estaba amenazado, amenazaban también de asesinar a gente del propio pueblo como descubrieran que se había ido de la lengua. La noche del crimen Paco Salat les había dicho que ya estaba harto, había discutido fuertemente con los dos hombres detenidos. Después de esa discusión, los dos hombres sospecharon que Salat tenía intención de delatarlos a la policía, así que cuando esa madrugada fueron al terreno de Salat para sacar zusa del silo como otras noches, ya tenían pensado eliminar a Paco. Una vez cargado el zusa en el todoterreno, cogieron a Salat y se lo llevaron hacia el pantano con la excusa de que tenía que ayudar a uno de los hombres a llevar la carga esa madrugada, cosa que nunca había hecho. Una vez en la barca, Salat empezó a sospechar al comprobar que eran los dos hombres los que también subían a la misma. Una vez estaban algunos metros adentrados en el pantano Salat intentó tirarse al agua y escapar pero uno de los malhechores lo agarró del cuello y se entabló una dura pelea. Finalmente el otro hombre le dio un fuerte golpe con una barra de hierro en la espalda y Salat cayó al agua muy tocado. Allí fueron los delincuentes los que lo hundieron hasta que lo ahogaron. Después lo llevaron hasta la ribera y lo dejaron allí. Los trocitos de hormigón encontrados alrededor del silo de Salat pertenecían a un tubo hormigonado de gran diámetro utilizado, a modo de rodillo por los acusados, para romper trozos excesivamente grandes de zusa y, los restos del propio zusa que Frago había encontrado en la tierra de cultivo de Salat, eran menudencias que no se podían aprovechar y que los delincuentes mezclaban con la tierra para esconderlos. Aparte de los dos hombres detenidos la policía había desmantelado en Zaragoza y Huesca una red mafiosa que comercializaba este zusa con países asiáticos.
Ramón Frago había llevado el caso con una gran profesionalidad e intuición. La única cosa de la que había tenido dudas y de la que finalmente comprobó que era tal cual se había dicho desde un primer momento fue la que hacía referencia al lugar del crimen.
Frago se quedó un par de días más en el pueblo. Le devolvió el Panda al farmacéutico. Hizo aún unas cuantas partidas al guiñote y a la butifarra. En unos meses volvería a rondar por la comarca, por lo que prometió volver a hacer alguna partida. Antes de regresar a Madrid se fue al Pirineo a visitar a su hijo pequeño y, después, se estuvo unos días también en Zaragoza en casa de su hija. Era ya finales de mes cuando Frago, con la pipa encendida y fumando un tabaco aromático, se fue encaminando hacia la estación de El Portillo.
FIN
Leer capítulo anterior en Asesinato en la niebla (6). Por Héctor Castro Ariño
Ir al capítulo 1: Asesinato en la niebla (1). Por Héctor Castro Ariño
Canal Litera
Ronda Somontano
Diario del AltoAragón
Opinión, en Ronda Somontano
Ese sábado Frago no apareció por La Litera. Eso llamó la atención de los habitantes del pueblecito protagonista de esta aventura. No fue hasta el domingo cuando la gente volvió a ver a Frago en la iglesia. Esa misma tarde hubo un pleno extraordinario en el ayuntamiento donde el agente explicó los hechos y agradeció a todo el mundo su colaboración. La víctima, Paco Salat, había agrandado su silo, con permiso del ayuntamiento, ocupando algo de término municipal y, en una de las paredes rocosas, descubrió zusa, aunque él no sabía ni lo que era. Como era muy mañoso enseguida empezó a esculpir y a hacer figuritas con ese material. Tiempo atrás Salat había estado envuelto con gente del hampa, gente que de cuando en cuando aún le habían hecho alguna visita a la torre intentando extorisonarlo. En una de las visitas descubrieron las figuritas y rápidamente vieron que era zusa. Esa gente obligó a Salat a guardar silencio y poco a poco fueron ampliando y explotando ese silo millonario. A Salat le tocaba una mínima parte de los beneficios, la cual aceptaba para no levantar las sospechas de los delincuentes. Pero Paco tenía la idea de decir la verdad algún día; se lo privaban las amenazas de los criminales. No solo él estaba amenazado, amenazaban también de asesinar a gente del propio pueblo como descubrieran que se había ido de la lengua. La noche del crimen Paco Salat les había dicho que ya estaba harto, había discutido fuertemente con los dos hombres detenidos. Después de esa discusión, los dos hombres sospecharon que Salat tenía intención de delatarlos a la policía, así que cuando esa madrugada fueron al terreno de Salat para sacar zusa del silo como otras noches, ya tenían pensado eliminar a Paco. Una vez cargado el zusa en el todoterreno, cogieron a Salat y se lo llevaron hacia el pantano con la excusa de que tenía que ayudar a uno de los hombres a llevar la carga esa madrugada, cosa que nunca había hecho. Una vez en la barca, Salat empezó a sospechar al comprobar que eran los dos hombres los que también subían a la misma. Una vez estaban algunos metros adentrados en el pantano Salat intentó tirarse al agua y escapar pero uno de los malhechores lo agarró del cuello y se entabló una dura pelea. Finalmente el otro hombre le dio un fuerte golpe con una barra de hierro en la espalda y Salat cayó al agua muy tocado. Allí fueron los delincuentes los que lo hundieron hasta que lo ahogaron. Después lo llevaron hasta la ribera y lo dejaron allí. Los trocitos de hormigón encontrados alrededor del silo de Salat pertenecían a un tubo hormigonado de gran diámetro utilizado, a modo de rodillo por los acusados, para romper trozos excesivamente grandes de zusa y, los restos del propio zusa que Frago había encontrado en la tierra de cultivo de Salat, eran menudencias que no se podían aprovechar y que los delincuentes mezclaban con la tierra para esconderlos. Aparte de los dos hombres detenidos la policía había desmantelado en Zaragoza y Huesca una red mafiosa que comercializaba este zusa con países asiáticos.
Ramón Frago había llevado el caso con una gran profesionalidad e intuición. La única cosa de la que había tenido dudas y de la que finalmente comprobó que era tal cual se había dicho desde un primer momento fue la que hacía referencia al lugar del crimen.
Frago se quedó un par de días más en el pueblo. Le devolvió el Panda al farmacéutico. Hizo aún unas cuantas partidas al guiñote y a la butifarra. En unos meses volvería a rondar por la comarca, por lo que prometió volver a hacer alguna partida. Antes de regresar a Madrid se fue al Pirineo a visitar a su hijo pequeño y, después, se estuvo unos días también en Zaragoza en casa de su hija. Era ya finales de mes cuando Frago, con la pipa encendida y fumando un tabaco aromático, se fue encaminando hacia la estación de El Portillo.
FIN
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martes, 7 de junio de 2011
Per Héctor Castro Ariño: Sense paraules... (1)
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domingo, 5 de junio de 2011
Asesinato en la niebla (6). Por Héctor Castro Ariño
Frago esperó pacientemente la noche, a ver si hoy había suerte. De nuevo ocultó el Panda por el terreno de Salat y a partir de las siete de la tarde se puso a vigilar. Esa madrugada haría una semana justa desde la aparición del cuerpo y del propio asesinato. El policía había dormido muy poco aquel día. Las horas pasaban y no se veía nada. Frago pegó alguna cabezada y hubo un momento en que el sueño lo venció. Eran las tres de la madrugada cuando un ruido lo despertó. Llegaba un vehículo, un Galloper. Era el mismo coche que había examinado en Barbastro. Desde la distancia lo siguió visualmente, no se atrevía a arrancar el coche y seguirlo sobre ruedas para no ser descubierto. Tenía localizado más o menos el lugar concreto donde se había dirigido aquel coce. Iban dos hombres. Sobre las cuatro y media de la madrugada el coche regresaba, esta vez de un modo más lento y muy cargado a tenor de lo baja que iba la parte posterior del vehículo. Ahora sí que los siguió físicamente desde una distancia prudente y con las luces apagadas, por lo que casi cayó por un pequeño
terraplén. Frago tenía en mente el pantano y, efectivamente, hacia allí fueron. En la orilla del gran pantano había una barca. Los dos hombres salieron del coche y empezaron a cargar la barca de un material el cual todo el mundo puede imaginar qué era, zusa. Una vez acabaron de cargar se dieron la mano y uno de los hombres se fue en la barca y el otro con el coche. Frago regresó a la tierra de Paco Salat. Eran ya las cinco y media y ya clareaba. El oficial se encaminó hasta el sitio desde donde había estado vigilando el todoterreno. Tenía en la mente l recorrido que había hecho ese vehículo así que no le fue difícil encontrar el lugar; además, aunque no había nieve, las marcas de las ruedas traseras de la vuelta, debido a la excesiva carga, habían dejado un poco de señales en el suelo.
Una vez llegó hasta el lugar donde habían ido los sospechosos, no había ningún rastro de zusa. Después de rastrear durante una hora esa zona, Frago solo encontró muy tapado por la naturaleza un silo de grano. Se podía ver gran cantidad de grano, pero, ¿por qué estaba tan escondido? Fragó entró. Eso era un silo espectacular, nunca había visto uno de tan grande. Linterna en mano, el policía se fue adentrando y resultó que el lugar tenía un par de pasadizos. Finalmente y, al final de uno de los pasajes, descubrió una pared rocosa formada por roca y por zusa. Estaba claro. Dentro de las tierras de Salat había zusa. Cuando el inspector se fue, lo dejó todo tal cual lo había encontrado y borró las escasas marcas que había dejado. Era sábado. Frago fue al ayuntamiento y en el registro examinó las propiedades, los terrenos y sus límites. Ese silo pertenecía a Salat, estaba dentro de su tierra, pero en el registro no aparecían esas grandes medidas que Frago había comprobado. Lo que era la montaña rocosa ya era del término municipal. El alcalde le explicó al policía que le habían dado permiso a Paco Salat para que agrandara el silo pero que no se había registrado en ningún sitio. O que no hubiera sospechado nunca el alcalde era la dimensión que había alcanzado. El oficial le pidió que no hablar de eso con nadie, que estaba muy cerca de resolver el caso y que no convenía levantar la liebre. El alcade le dio su palabra. Frago contactó con dos hombres de su confianza y los hizo venir a Huesca, no quería montar una operación polical importante que pusiera en alerta a los sospechosos. Los dos policías vinieron de paisano. Esa noche irían los tres agentes a vigilar el silo. Cuando cayó la noche, sobre las diez, los policías fueron al silo. Uno de los agentes se colocó dentro del propio silo y, el otro, juntamente con Ramón Frago, se ocultó alrededor del lugar. Pasaban las horas y se hicieron las tres, las tres y veinte minutos, las tres y media de la madrugada… Fraga se impacientaba, pensaba que tendrían que volver mañana porque posiblemente esa noche no aparecerían los dos hombres. Cuando más intranquilo estaba Frago unos focos iluminaron el terreno y apareció el 4x4. En el momento en que los sospechosos se encaminaban a pie hacia el silo Frago gritó:
Una vez llegó hasta el lugar donde habían ido los sospechosos, no había ningún rastro de zusa. Después de rastrear durante una hora esa zona, Frago solo encontró muy tapado por la naturaleza un silo de grano. Se podía ver gran cantidad de grano, pero, ¿por qué estaba tan escondido? Fragó entró. Eso era un silo espectacular, nunca había visto uno de tan grande. Linterna en mano, el policía se fue adentrando y resultó que el lugar tenía un par de pasadizos. Finalmente y, al final de uno de los pasajes, descubrió una pared rocosa formada por roca y por zusa. Estaba claro. Dentro de las tierras de Salat había zusa. Cuando el inspector se fue, lo dejó todo tal cual lo había encontrado y borró las escasas marcas que había dejado. Era sábado. Frago fue al ayuntamiento y en el registro examinó las propiedades, los terrenos y sus límites. Ese silo pertenecía a Salat, estaba dentro de su tierra, pero en el registro no aparecían esas grandes medidas que Frago había comprobado. Lo que era la montaña rocosa ya era del término municipal. El alcalde le explicó al policía que le habían dado permiso a Paco Salat para que agrandara el silo pero que no se había registrado en ningún sitio. O que no hubiera sospechado nunca el alcalde era la dimensión que había alcanzado. El oficial le pidió que no hablar de eso con nadie, que estaba muy cerca de resolver el caso y que no convenía levantar la liebre. El alcade le dio su palabra. Frago contactó con dos hombres de su confianza y los hizo venir a Huesca, no quería montar una operación polical importante que pusiera en alerta a los sospechosos. Los dos policías vinieron de paisano. Esa noche irían los tres agentes a vigilar el silo. Cuando cayó la noche, sobre las diez, los policías fueron al silo. Uno de los agentes se colocó dentro del propio silo y, el otro, juntamente con Ramón Frago, se ocultó alrededor del lugar. Pasaban las horas y se hicieron las tres, las tres y veinte minutos, las tres y media de la madrugada… Fraga se impacientaba, pensaba que tendrían que volver mañana porque posiblemente esa noche no aparecerían los dos hombres. Cuando más intranquilo estaba Frago unos focos iluminaron el terreno y apareció el 4x4. En el momento en que los sospechosos se encaminaban a pie hacia el silo Frago gritó:
- ¡Alto, policía! ¡No se muevan!
Continúa en Asesinato en la niebla (y 7). Por Héctor Castro Ariño
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Héctor Castro Ariño
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20:24
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jueves, 2 de junio de 2011
Cómo está el patio, Serapio: Por Roberto Lagunas Pisón
Queridos lectores:
En algunas ocasiones, como en la presente, tendremos el honor de leer a firmas invitadas que nos trasladarán mensajes desde sus diferentes ópticas sociales. Empezamos hoy con Roberto Lagunas Pisón, presidente de la
Asociación Regional de Autónomos y Amas de Casa (AREA), presidente de la Asociación Nacional de Autónomos, Profesionales y Amas de Casa (ASNAPA) y presidente de la Asociación Nacional de Micro Empresas-Aragón (CONAE). En algunas ocasiones, como en la presente, tendremos el honor de leer a firmas invitadas que nos trasladarán mensajes desde sus diferentes ópticas sociales. Empezamos hoy con Roberto Lagunas Pisón, presidente de la
Todos nos rasgamos las vestiduras cuando hablamos de los autónomos, emprendedores y demás sectores que nos pueden venir bien para los votos y así afianzarnos en nuestro silloncito. Bueno, pues también hay que pensar que los autónomos son de carne y hueso y con sus no pequeños problemas para poder sacar la economía hacia delante, camino por cierto no muy fácil y menos fácil como se lo pone el gobierno de turno. Este sector está atropellado por los impuestos y por la falta de atención de nuestros llamados gestores que son los que administran nuestro dinero sin ningún remordimiento y que, cuando el empresario falla en un pago, lo persiguen hasta la saciedad para que pague y pague aun cuando no tiene de dónde sacar.
Somos como los corderos, solo sabemos dejarnos llevar por estos señores que únicamente piensan en su jubilación a los seis u ocho años de política. Ninguno de los políticos ha planteado estar treinta años trabajando, si es que se puede, para que le den una jubilación merecida, aunque claro, igual es que ellos no son de carne y hueso como nosotros. El sector del autónomo está en vía de desaparición o, mejor dicho, de que nos hagan un museo y que nos disequen para que las generaciones que vengan digan: ¿Esos quiénes son?, ¿de qué especie o de qué mundo? Porque será una especie a extinguir. Los sindicatos van a lo suyo, los políticos también, entonces… ¡¿Quién defiende y se preocupa de este sector de marginados!? “Marginados” en el buen sentido de la palabra ya que es como nos hacen sentir estos señores. Pero el autónomo es más que eso: es emprendedor, expone su capital particular, da empleo, ¿qué más quieren que hagamos? Cuando en Aragón queremos fomentar el comercio nos encontramos con más y más pegas, todo son pegas y todos se lavan las manos. Qué fácil es que otros te hagan el trabajo y que al que no se merece ni los buenos días le den las medallitas. No entiendo esta tierra, por eso creo que somos como el silencio de los corderos: oír, ver, callar y obedecer; al fin de todo es lo que mejor se nos da.
Leer otros artículos de Roberto Lagunas Pisón en
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El oportunismo y vagancia de algunas asociaciones de autónomos
Cumbre empresarial de empresarios y profesionales autónomos (24-25 febrero 2012) - Por Roberto Lagunas Pisón
Por Roberto Lagunas Pisón: "Los tontos listos"
Publicado por
Héctor Castro Ariño
en
22:04
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