'El análisis' (lunes, 25 de noviembre de 2019)
Buenos días:
La pasada semana vivimos situaciones lamentables y muy
graves con respecto a la actuación de algunos representantes y dirigentes
políticos. Quizá el caso más escandaloso fue el referente al saqueo de los ERE de
Andalucía que, aproximadamente, asciende a unos 680 millones de euros. Pero
como de esta y otras cuestiones tiempo habrá de dedicarles espacio, si así
queremos, permítanme hoy centrarme en algo mucho más amable.
El jueves pasado, mientras hojeaba la prensa, me topé con
un artículo que me hizo retroceder a mi niñez y recordar aquella infancia de
los años 80 del pasado siglo. Así que, con esos mimbres decidí escribir para
obtener estos cestos, que espero sean de su agrado.
Las personas que ahora tenemos entre 40 y 50 años
crecimos a la par que estudiábamos la EGB (Educación General Básica) y hacíamos
exámenes, a los que luego les cambiaron el nombre y pasaron a llamarse, eufemísticamente,
controles. En las notas de evaluación podías sacar un MD (Muy Deficiente) y te
podían expulsar de la clase al pasillo. Jugábamos a fútbol y baloncesto, pero
también a las canicas, al Churro, media
manga, manga entera, a saltar a la comba, a picar cromos, a la gallinita ciega, al escondite, a las chapas y a
mil juegos más cuyo único requisito era juntarnos un grupo de niños. Aún no
existían ni las videoconsolas ni los teléfonos móviles. De hecho, todos
quedábamos con nuestros amigos sin necesidad de enviar un whatsapp 10 minutos antes para decir que “ya llegamos”. No teníamos
emoticonos o emojis pero teníamos los
tois de los bollycaos y las caritas
del acid house. En las ciudades
teníamos un horario que respetar que cumplíamos consultando nuestros relojes
Casio y, en los pueblos, la sirena nos avisaba de que a la una del mediodía
teníamos que ir a comer y, a las siete de la tarde, a merendar.
Cogíamos las bicicletas y, si nos caíamos, la mercromina
teñía de rojo nuestros codos y rodillas para curar las heridas. A veces,
nuestros padres y profesores nos castigaban, pero no recuerdo que ninguno de
nosotros quedara traumatizado por ello. También sacamos algún que otro cero en
el colegio, y nadie se frustró por dicha calificación. Y si nos pillaban
copiando con alguna chuleta, nos retiraban el examen sin mayor explicación, aclaración
que tampoco necesitábamos. Por cierto, nuestros métodos de copia eran mucho más
elaborados que los de ahora, a pesar de que no disponíamos de la tecnología
actual. Así, igual usábamos pergaminos confeccionados con papel, hilo y
palillos como bolígrafos Bic cristal grabados con la punta de un compás o un
punzón.
Las noches de los viernes veíamos el Un, dos, tres con el resto de la familia y las tardes de los
sábados y los domingos disfrutábamos con los dibujos animados y la película de
las cuatro. Aunque solo teníamos la Primera cadena y el UHF, no nos perdíamos
La mansión de los Plaff; Orzowei; Los Payasos de la Tele; La cometa blanca;
Heidi; La casa de la pradera; Marco; Barrio Sésamo; El kiosco; Sabadabada;
Comando G; Mazinger Z; El bosque de Tallac o Jackie y Nuca; Verano azul; D’Artacán y los tres mosqueperros; V; El
Equipo A; La vuelta al mundo de Willy Fog; Se ha escrito un crimen; Los cuentos
del mono de oro; Fama; El Gran Héroe Americano o El coche fantástico, entre
otros muchos espacios.
En casa desayunábamos leche con galletas María y, en el
recreo, un bocadillo. Por las tardes, muchas veces, merendábamos pan con
chocolate. Escuchábamos música en los walkman
y, si se enredaba la cinta del casete, lo solucionábamos rebobinándola con
un boli Bic que, como vemos, era un instrumento multiusos.
Podríamos pasarnos horas, e incluso días, hablando de la
generación EGB pero, como el tiempo es limitado, y más aún en la radio, por hoy
lo dejaremos aquí.
Desde la capital del Somontano, ¡Feliz semana!
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