'El análisis' (lunes, 20 de mayo de 2019)
Buenos días.
Hoy se cumplen 79 años de la puesta en funcionamiento,
por parte de los nazis, del campo de concentración y exterminio de Auschwitz,
cerca de la ciudad polaca de Cracovia. El complejo llegó a estar formado por
tres campos: uno dedicado principalmente a la administración; otro al trabajo
esclavo y un tercero destinado directamente al exterminio de seres humanos. Se
calcula que en Auschwitz murieron más de un millón de personas, aproximadamente
1.100.000. El 90% de los asesinados fueron judíos y, como todos saben, por el
mero hecho de ser judíos. Pero en ese campo del infierno los nazis también
asesinaron a prisioneros políticos del Ejército polaco, intelectuales,
homosexuales, miembros de la Resistencia y gitanos, entre otros colectivos.
Se me hace imposible imaginar cómo pudo haber personas
capaces de hacer sufrir lo insufrible y capaces de exterminar al prójimo. El
Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, más conocido como Partido Nazi,
inculcó el odio en millones de personas que no dudaron en seguir unas directrices
psicópatas, demenciales y abominables que condujeron a una auténtica locura
llena de maldad y que acabó en el asesinato sistemático de aquellos que no
pensaban igual y en el genocidio judío, aunque también fueron asesinados
cientos de miles de personas discapacitadas, enfermas o que no eran
consideradas parte de la raza aria por
parte de los nazis. El campo de concentración de Auschwitz entró en
funcionamiento el 20 de mayo de 1940 y fue cerrado el 27 de enero de 1945,
cuando fue liberado por el Ejército soviético.
Entre las personas que estuvieron concentradas en
Auschwitz nos encontramos con Ana Frank, que fue internada allí entre
septiembre y octubre de 1944 y, luego, fue trasladada al campo de concentración
alemán de Bergen-Belsen, donde murió de tifus en el mes de febrero o marzo de
1945. Otto Frank, padre de Ana, fue uno de los supervivientes de Auschwitz y,
en 1947, publicó el diario de su hija Ana, El Diario de Ana Frank. En
este campo de concentración también estuvo Maximilian Kolbe, un clérigo
franciscano conventual polaco que se ofreció voluntario para morir de hambre en
lugar de Franciszek Gajowniczek, este último casado y con hijos. Tras tres
semanas de inanición, el 14 de agosto de 1941 Kolbe y otros tres prisioneros
fueron asesinados con una inyección de fenol. El 10 de octubre de 1982
Maximilian Kolbe fue declarado santo por el Papa Juan Pablo II.
Es increíble cómo, entre tanta maldad, dolor y
sufrimiento, surgen personas tan extremadamente buenas que son capaces de dar
su vida por los demás, aun sin conocerlos.
Paradójicamente, el ser humano es capaz de lo mejor pero
también de lo peor. Día a día nos referencian noticias de crímenes atroces en
todo el mundo. Pero, al mismo tiempo, también somos conocedores de heroicas
gestas por parte de todo tipo de personas y condición. Así que quedémonos con
milagros como los de Maximilian y no permitamos jamás que se pueda repetir el
horror de Auschwitz.
Desde la capital del Somontano, ¡Feliz semana!
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