Recogimos a Quesada y volvimos a la choza de Weihoisa. Allí reposamos para partir al día siguiente. Comentamos el hecho de no haber visto a los franceses desde después de su desembarco en la isla pero, sin duda lo más extraño era que ninguno estaba lo suficientemente decepcionado o frustrado –por la pérdida del baúl millonario- para no reír. Algo extraño habíamos descubierto dentro nuestro, dentro de unos corazones que hasta entonces habían vivido solo en la ambición y el egoísmo. Quizá fue la muerte de Éric lo que produjo la apertura en nuestro interior. Es triste que, a veces, hasta que no ocurre algo así no nos damos cuenta de lo que verdaderamente importa. Weihoisa sacó cervezas para todos, creo que él las llamaba algo así como amiverdains, no lo recuerdo bien.
A la mañana siguiente, temprano, nos fuimos. Antes de partir observamos en la playa el triste espectáculo que había dejado el día anterior. Centenares de hombres muertos a lo largo y ancho de la playa tendidos en la arena. No importaba si eran venecianos o portugueses, eran hombres. A lo lejos veíamos buques que venían para recoger los cuerpos…
Yo no sé si algún día se recuperará aquel cofre –espero y creo que no-. Tampoco sé si el ser humano algún día será capaz de crear un arma tan destructiva como aquella y, en caso de que ese cofre no se hubiera perdido en el vacío volcánico, no llego a imaginarme las muertes que hubiera podido ocasionar. Muchas guerras ha habido desde entonces –la guerra de sucesión de Polonia (1733-1738), la de sucesión austríaca (1740-1748) o la mismísima revolución francesa que empezó en 1789 y que no sé cuánto durará así como otras muchas más que aún habrá, todas ellas muy crudas y deshumanizadas –como todas-, pero mucho menos que si hubiesen conocido aquella arma. La nación que se hubiera hecho con ella podría haber dominado el mundo entero hasta que no se hubiera inventado otra arma secreta aún más potente y mortífera.
En los últimos días de mi vida he querido que todo esto constase escrito como un legado para el hombre. Los tres principios básicos de la guerra, “la voluntad de vencer, la libertad de acción y la economía de fuerzas” completados con “la acción de conjunto” habían sido desplazados por los principios básicos de la convivencia humana, “solidaridad, fraternidad y amistad”.
Lector que leas mi historia, no pienses que esto es una invención mía o de cualquier otro y cuéntala a tus hijos, a tus nietos, a cuantos hombres quisieran escucharla y no olvides la infinita riqueza que sí encontramos. Por último, quiero darte un consejo en bien tuyo y de todos los hombres: si algún día pisas Isla Coral –que, por cierto, aún no sé cuál era su verdadero nombre ni por qué la llamaban así-, no intentes encontrar el cofre sino que intenta encontrar o, al menos buscar, esa parte de nuestro interior que a veces nos cuesta descubrir.
A dieciséis de agosto del Año de Gracia de Nuestro Señor Jesucristo de mil setecientos noventa y dos.
Capítulo 6
Capítulo 5
Capítulo 4
Capítulo 3
Capítulo 2
Capítulo 1
Autor: Héctor Castro Ariño
Que pena no haber podido seguir estos relatos cada semana. Bueno, me acabo de leer La verdadera historia del hombre (los 7) y he de decirte que son unos relatos muy logrados y cargados de intriga. A partir de hoy seguiré al día tu blog, y espero que sigas creando relatos tan buenos.
ResponderEliminarUn saludo, Héctor
Hola, Daniel. Un placer para mí el que te hayan gustado mis relatos. Y te agradezco mucho tus palabras, la verdad es que estos comentarios aportan mucha satisfacción y a la vez ilusión por seguir escribiendo. Espero te sigan gustando mis próximos artículos.
EliminarUn abrazo,
Héctor