domingo, 29 de mayo de 2011

Asesinato en la niebla (5). Por Héctor Castro Ariño

héctor castro ariño 1aFoto: Héctor Castro Ariño


A la mañana siguiente y, después de haber desayunado, Frago fue a visitar la torre del difunto. Iba en un Panda, en un Seat Panda. La noche de antes el farmacéutico le había ofrecido el coche para los desplazamientos del policía. La torre ya había sido inspeccionada por el oficial de turno sin haber encontrado nada, pero Frago prefería registrarla personalmente. La torre era muy majeta, no muy grande per sí bien arreglada. Tenía alrededor unas cuantas hectáreas de sembrado. En la vivienda no le llamó nada la atención, así que decidió darse una vuelta por el terreno. Caminó mucho rato; el andar lo relajaba y le ayudaba a reflexionar. Antes de volverse haría una pipada. Al ir a encender la pipa se le cayó al suelo y al ir a cogerla vio una brillantez en el suelo. ¿Qué era eso? Removió un poco la arena y todo estaba lleno de una substancia o, mejor dicho, de unos trocitos de color azul que parecían una mezcla de cristal y piedra. Frago cogió unos pocos y se volvió hacia la torre. Volvió a entrar y esta vez le llamaron la atención unas figuritas azules cristalinas que estaban por todos lados. Parecía un material muy delicado, y la verdad, esas figuritas eran muy bonitas. Se llevó una. En su Panda provisional se encaminó sin pensárselo directamente hacia Zaragoza. Llevó los trocitos de piedra (o cristal) y la figurita a los laboratorios policiales de la capital aragonesa y los hizo analizar. Por la tarde tenía ya los resultados. Los pedazos azules y cristalinos que Frago había recogido de la tierra de Salat eran un mineral muy preciado y muy poco abundante. No hacía muchos años que se había encontrado por primera vez y se lo denominaba zusa. Había minas de zusa en Asturias, León y, desde hacía cuatro años, también habían descubierto una en Aragón. Concretamente, el Estado, a través de la D. G. A. –Diputación General de Aragón-, estaba explotando una mina de zusa en el Prepirineo oscense. En ese yacimiento había unas grandes medidas de seguridad. La figurita también se analizó y estaba hecha de zusa, pero de un zusa puro al 100%. Era increíble. A nivel mundial también existían muy pocos yacimientos de zusa. Este material se empleaba en aeronáutica por sus particulares propiedades pero cualquier país belicoso pagaría grandes cantidades de dinero, en el mercado negro, por este material debido a la posible e impresionante aplicación en el campo de la armamentística, algo que desde la ONU ya se había prohibido y denunciado. Corrían voces de que algunos países tercermundistas, pero armamentísticamente hablando muy potentes, estaban detrás de conseguir zusa fuese como fuese. ¿Cómo era posible que la torre de Salat estuviera llena de zusa? Hasta que Frago no resolviera el caso no enviaría a la policía científica al lugar, no convenía movimientos espectaculares hasta cerrar el asunto. Ya era de noche cuando Frago volvió a aparecer por el pueblo y se fue directamente al hostal a cenar y a dormir. Por la mañana continuaría con sus pesquisas.

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Foto: Héctor Castro Ariño


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6:00 A.M. El inspector tiene una corazonada. Se levanta, se ducha, hace un desayuno rápido y coge su Panda y se encamina hacia el pantano. Se acerca a la piedra donde había encontrado días antes una astilla azul y se da cuenta de que no es madera, ¡es zusa! Frago se encamina entonces hacia la finca de Paco Salat, la corazonada continúa. Una vez en la finca, empieza a caminar buscando quién sabe qué por todos los sitios. Son las ocho de la mañana, la insistencia del “Sabueso” es infinita, pero no encuentra nada. Después de rodar por todo el terreno se arrima hasta la casa y la registra de arriba abajo, incluyendo el sótano. No encuentra lo que busca, así que vuelve a buscar por las hectáreas de alrededor. Nada. Cuando ya estaba a punto de tocar retirada observa unas marcas en el suelo que le llaman la atención. Parecen las ruedas de un tractor, pero… ¿qué ha de hacer un tractor por allí estos días? Las observa bien, las toca… Son las huellas de un vehículo, posiblemente de un 4x4. Son relativamente recientes, no tendrán más de un día. Pero, ¿quién querría rondar por allí? Las sigue, hay un momento que se pierden en un barrizal pero… ¡Hay unas pisadas! Primero hay dos, pero después localiza dos más. Las examina bien y le vienen a la memoria las pisadas que había visto en la zona del pantano, el tamaño es similar y también son pisadas de bota. Intenta seguir las huellas del 4x4 pero las pierde. El sol ha deshecho toda la nieve. Todo son charcos, agujeros y barrizales. La cabeza del policía se va iluminando y trabaja al 200%. Recorre toda la zona, no encuentra nada. Solo destaca otra marca por el suelo. Nota como si una masa sólida hubiera allanado parte del terreno. Examina mejor el lugar y descubre que por el suelo se puede ver algunas menudencias de algo parecido a zusa o incluso del propio mineral. Pero en algún sector hay algo más, algo grisáceo. Recoge un pedazo azul y uno grisáceo y hacia los laboratorios de la capital aragonesa, eso sí, esta vez por correo policial desde Barbastro. El resto del día Frago lo dedicó a descansar, pasear y cavilar. Pensaba que se acercaba al final del enigma. Esa noche la pasaría vigilando la finca de Salat desde el Seat Panda. Pasó toda la noche en vela, pero nada de nada. Allí no apareció nadie. Desilusionado se volvió hacia el hostal, que ya eran las ocho de la mañana, y directo a la cama, estaba muerto. No eran aún las diez cuando el ruido del teléfono al sonar lo sobresaltó. Eran del laboratorio policial de Zaragoza, habían analizado el material. Los pedazos azules eran efectivamente zusa, pero los grisáceos eran hormigón normal y corriente; hormigón… Sin tiempo casi ni de despedirse, el inspector encara Barbastro con el coche del farmacéutico y se planta en la fábrica que días antes había visitado. Esta vez no quería hablar con ningún trabajador, sino que se encaminó directamente hacia la zona de aparcamiento. Una vez allí empezó a buscar 4x4, había varios. A todos les miraba las ruedas, uno por uno. Finalmente encontró su objetivo, había un Galloper con las ruedas un poco tintadas de una especie de color azulón. Desde el laboratorio habían comentado que el zusa se pegaba y teñía parcialmente los materiales plásticos. Ahora todo le iba cuadrando al inspector, pero no lo tenía todo hecho, así que se fue sin arrestar a nadie, sin interrogar al dueño del vehículo y sin llamar la atención.

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